El infierno es el estado y el lugar de la perdición eterna para los rebeldes. No han buscado a Dios y quedarán privados de él para siempre. Han seguido el camino del mal, y soportarán para siempre su pena. También el cuerpo, después del juicio universal, padecerá según los placeres que haya tenido. Un solo pecado mortal conlleva una eternidad de tormentos (cf Lc 16,19-31).
Dios mío, te doy gracias
por la luz que hoy me das.
Se llega al infierno
consciente y voluntariamente.
Puedo evitar el pecado
y puedo obtener el perdón
por los pecados cometidos en el pasado.
«De la perdición eterna,
líbranos, Señor».
El pecado es el auténtico mal;
todos los demás se pueden transformar
en merecimientos.
Debo temer al pecado más que a la muerte.
Gloria a Dios…
Jesús Maestro…
María, Reina…
Santos Pedro y Pablo…