Acepta, Trinidad santa,
este sacrificio que la Palabra encarnada
consumó, una vez para siempre,
en el Calvario,
y que ahora se actualiza en el altar
por el ministerio del sacerdote.
Me uno a las intenciones de Jesucristo,
sacerdote y víctima,
ofreciéndolo para gloria tuya
y salvación de todos los hombres.
Por Cristo, con él y en él,
quiero adorar tu eterna majestad,
agradecer tu inmensa bondad;
reparar a tu santidad infinita
e invocar tu misericordia por la Iglesia,
por mis seres queridos y por mí mismo.