«Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento saludable, signo de unidad, vínculo de amor, convite pascual, en que Cristo es nuestra comida, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura» (Sacrosanctum concilium, n. 47).
Las intenciones de la misa. Los fines por los que se ofrece la eucaristía son fundamentalmente cuatro: adorar, dar gracias, reparar y suplicar. Mediante el ofrecimiento del sacrificio eucarístico, buscamos la gloria de Dios y la paz y la salvación de los hombres.
Las intenciones particulares pueden ser muchas, aunque tradicionalmente se han distinguido cuatro: una generalísima, por todos los fieles, vivos y difuntos; otra general, por quienes, de algún modo, participan en la celebración; otra especial, por la persona a cuya intención se aplica la misa; y otra especialísima, por el sacerdote.
p. 35Se ha de evitar asistir a la celebración como simples espectadores: Hay que ser actores junto con el celebrante que preside y con Jesucristo, que es el ministro principal.
Liturgia de la palabra y liturgia eucarística. Las partes principales de la celebración son la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, en las que nos unimos a Cristo, camino, verdad y vida, dando gloria al Padre en el Espíritu Santo.
En la liturgia de la palabra, escuchamos amorosamente al Padre, que nos ha hablado de muchas maneras, y «ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,1), Cristo verdad. Rendimos a Dios el homenaje de nuestra mente, prestándole total asentimiento de la inteligencia y de la voluntad, firmemente convencidos de que «toda Escritura inspirada por Dios, es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena» (2Tim 3,16-17).
En la liturgia eucarística, en comunión con Cristo camino, que se ofrece libremente al Padre como víctima de alabanza, nos ofrecemos nosotros mismos, comprometiéndonos a seguir a Cristo casto, pobre y obediente hasta la muerte de cruz, para participar de su gloriosa resurrección. Él es el camino único y seguro a través del cual llegamos al Padre, y por el que nuestra «eucaristía» llega a él.
p. 36Configurándonos en la tierra a Cristo, modelo divino, y anhelando estar con él, aspiramos al reino futuro, aguardando, fuertes en la fe, «la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2,13).
En esta parte de la liturgia eucarística, recibimos, además, a Cristo, la vida que el Padre nos da. Su vida divina fluye en nosotros como la savia fluye de la vid al sarmiento, y nos vivifica para que demos frutos duraderos de amor a Dios y a los hermanos, a quienes servimos con el apostolado. Alimentados en la misma mesa y con el mismo pan de vida, conseguimos que nuestra unión con los hermanos sea cada vez más profunda, realizando el deseo de Cristo en su oración al Padre: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros» (Jn 17,21).
La eucaristía: sacramento siempre actual. El sacrificio de la eucaristía se ofrece todos los días y esencialmente es siempre igual. Sin embargo, para los que viven la devoción a Jesús Maestro, camino, verdad y vida, siempre tiene nuevas enseñanzas, nuevos caminos, nuevas energías espirituales. En cuanto a la primera parte, en el transcurso del año, la liturgia nos va presentando las principales verdades y virtudes morales a través de las lecturas del Evangelio y de los otros libros del Antiguo y el Nuevo Testamento.
p. 37Los dogmas, las virtudes y consejos, se exponen en la palabra inspirada de la sagrada Escritura. Diariamente encontramos en ella alimento para nuestra fe y orientación para seguir por el camino de la salvación.
Jesús Maestro enseña en la Iglesia. Los creyentes nos abrimos dócilmente a sus palabras de vida eterna. Vivir la eucaristía significa garantizarnos una progresiva identificación del propio pensamiento con el de la Iglesia y el de Jesucristo. Así rendimos a Jesucristo el homenaje de nuestra inteligencia.
Jesús-eucaristía. En la segunda parte, llamada sacrificial, es siempre la misma víctima, Cristo-eucaristía, quien se hace presente y se inmola en el altar por medio del sacerdote. Es Jesucristo quien, mostrando al Padre sus llagas, adora, da gracias, suplica y ora, no solo con gritos y lágrimas, sino con el sacrificio total y perfecto de sí mismo, perennemente vivido, desde el Calvario hasta el fin del mundo. Jesús está presente ante el Padre; y nosotros, junto con él, vivimos en la eucaristía los mismos propósitos: por Cristo, con él, y en él, damos al Padre, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria.
Adorar, dar gracias, suplicar. Pero a Dios podemos adorarlo en sus atributos infinitos y en sus diversas manifestaciones; darle gracias por los beneficios generales y por las gracias particulares;
p. 38pedirle misericordia por los pecados de los hombres y por nuestros pecados personales; y suplicarle por todas las necesidades, generales y particulares. En todas las celebraciones conviene que los sentimientos de piedad se conformen a las enseñanzas que provienen de la parte didáctica.
Jesucristo es siempre el camino para llegar a Dios, y el hombre se compromete a amarlo con todas las fuerzas de su voluntad. También la preparación y la acción de gracias de la comunión pueden variar según los tiempos:
Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, fiestas de la Virgen o de los santos. Y asimismo, siguiendo la misa del día, y según las enseñanzas concretas de la liturgia de la palabra, se podrán pedir las gracias especiales, de acuerdo con la oración.
Resumiendo: Jesucristo se nos presenta, en la primera parte de la eucaristía, como verdad que debemos creer con toda nuestra mente; en la segunda, como camino y vida: camino que debemos seguir con todas nuestras fuerzas, y vida a la que debemos unirnos con todo nuestro corazón.
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