María inmaculada,
corredentora de la humanidad,
mira a los hombres
redimidos por la sangre de tu Hijo Jesús,
y todavía envueltos en la sombra
del error y en la desorientación,
fruto del pecado.
La mies sigue siendo abundante,
pero los trabajadores son aún muy escasos.
María, ten compasión de los hijos
que Jesús te encomendó desde la cruz.
Haz que aumente el número de vocaciones
consagradas y sacerdotales;
danos nuevos apóstoles
llenos de sabiduría y entusiasmo.
Protege, con tus maternales cuidados,
a quienes consagran su vida
en favor del prójimo.
No olvides cuanto hiciste con Jesús
y con el apóstol Juan;
recuerda tu amorosa presencia
el día de Pentecostés.
Tú fuiste guía de los primeros apóstoles
y lo eres también
de los apóstoles de todos los tiempos.
Por tu poderosa intercesión,
haya un nuevo Pentecostés
que santifique a los llamados al apostolado
y despierte en ellos el celo
por la gloria de Dios
y la salvación de los hombres.
Guíalos tú en todos sus pasos;
protégelos con tus gracias;
anímalos en los momentos de desaliento;
bendice sus esfuerzos con frutos abundantes.
Escúchanos, María.
Que todos los hombres acojan
al Divino Maestro, camino, verdad y vida.
Que sean hijos fieles de la Iglesia.
Que en toda la tierra
resuenen tus alabanzas
y todos te honremos como madre,
maestra y reina,
de modo que alcancemos la felicidad eterna.
Dios te salve, María…
Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.