I Vísperas

HIMNO

Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.

 

SALMODIA

Ant. 1. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

 

SALMO 121 

La ciudad santa de Jerusalén

Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo (Hb 12, 22)

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

 

Ant. 1. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

Ant. 2. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

 

SALMO 129   

Desde lo hondo a ti grito, Señor

Él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 21)

 

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

 

Ant. 2. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

Ant. 3. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

 

CANTICO   (FLP 2, 6-11 )   

Cristo, siervo de Dios, en su misterio pascual

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

Ant. 3. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

 

LECTURA BREVE 
Rm 5, 10-11

Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

 

RESPONSORIO BREVE

R/. Los discípulos se llenaron de alegría. * Aleluya, aleluya. Los discípulos.

V/. Los discípulos se llenaron de alegría. * Aleluya, aleluya. Los discípulos.

 

Magníficat, ant. «Yo soy la puerta —dice el Señor—; quien entre por mí se salvará y encontrará pastos.» Aleluya.

 

MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Magníficat, ant. «Yo soy la puerta —dice el Señor—; quien entre por mí se salvará y encontrará pastos.» Aleluya.

 

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:
Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

Tú que eres la piedra desechada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
— conviértenos a nosotros en piedras vivas de tu Iglesia.

Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
— haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.

Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
— haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.

Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
— concede a todos los bautizados perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
—alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Padre nuestro.

 

ORACIÓN

Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

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