Oficio de lectura

HIMNO

Oh Fuente de amor y de gracia,
de ti fluyen ríos eternos,
por ti surge un hombre elegido:
Santiago, tu fiel instrumento.

La noche que une dos siglos
se enciende al mediar su carrera;
con luz meridiana ilumina
la búsqueda fiel de Alberione.

Y llega la duda en la noche,
mas se oye una voz luminosa:
«Soy yo, no temáis; convertíos;
mirad, yo estaré con vosotros».

Mirando confiado a María,
formado a la escuela de Pablo,
nos muestra al Pastor y Maestro,
que es vida, verdad y camino.

Con fe recibimos tu «Pacto»,
la luz de la Hostia acogemos;
la fuerza del Verbo nos hace
heraldos de luz y Evangelio.

La gloria a Dios Padre por siempre
y a Cristo, Pastor y Maestro,
la gloria al Espíritu Santo
ahora y por siglos eternos. Amén

 

SALMODIA

 Ant. 1. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

SALMO 20, 2-8. 14

Acción de gracias por la victoria del rey

El Señor resucitado recibió la vida, años que se prolongan sin término (S. Ireneo)

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;

porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

 

Ant. 1. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Ant. 2. Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

SALMO 91

Alabanza del Dios creador

Este salmo canta las maravillas realizadas en Cristo (S. Atanasio)

I

Es bueno dar gracias al Señor,
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende,
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados,
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

 

Ant. 2. Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Ant. 3. Empleado bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto,
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Ant. 3. Empleado bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

 

V/. Escucharás una palabra de mi boca.

R/. Y les darás la alarma de mi parte.

 

PRIMERA LECTURA

Dalla prima lettera ai Corinti di san Paolo, apostolo 

2, 1-16

Enseñamos una sabiduría divina y misteriosa

Hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.
A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie. «¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?» Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.

 

RESPONSORIO
1Co 1,21.23.25

R. Quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes. * Nosotros predicamos a Cristo crucificado.

V. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. * Nosotros predicamos.

 

SEGUNDA LECTURA 

De la obra autobiográfica Abundantes divitiae gratiae suae, del beato Santiago Alberione

(Ed. San Pablo, Roma, 1998, núms. 13-20)

De la Hostia vino una luz especial

 

La noche que dividió el siglo pasado del corriente [el siglo XIX del siglo XX] fue decisiva para la misión específica y el espíritu particular con que habría de nacer y vivir su futuro apostolado. Después de la misa solemne de medianoche en la catedral (de Alba), se hizo la adoración solemne y prolongada ante el Santísimo expuesto.
Había leído la invitación de León XIII a rezar por el siglo que empezaba. El Papa hablaba de las necesidades de la Iglesia, de los nuevos medios del mal, del deber de oponer prensa a prensa, organización a organización, de la necesidad de hacer penetrar el Evangelio en las masas, de las cuestiones sociales.
De la Hostia vino una luz especial: mayor comprensión de la invitación de Jesús: Venid a mí, todos; le pareció comprender el corazón del gran Papa, las invitaciones de la Iglesia, la verdadera misión del sacerdote. Se sintió profundamente obligado a prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo, con quienes habría de vivir.
Tuvo una sensación bastante clara de su propia nulida, y al mismo tiempo oyó: Yo estoy con vosotros… hasta el fin del mundo en la Eucaristía; y que en Jesús-Hostia se podía tener luz, alimento, consuelo y victoria sobre el mal.
Vagando con la mente en el futuro, le parecía que en el nuevo siglo personas generosas sentirían cuanto él sentía. Ya había recibido confidencias de compañeros seminaristas: él con ellos, ellos con él, nutriéndose todos del sagrario.
La oración duró cuatro horas, después de la misa solemne [pidiendo]: que el siglo naciera en Cristo-Eucaristía; que nuevos apóstoles sanearan las leyes, la escuela, la literatura, la prensa, las costumbres; que la Iglesia tuviera un nuevo empuje misionero; que se usaran bien los nuevos medios de apostolado; que la sociedad acogiese las grandes enseñanzas de las encíclicas de León XIII, especialmente las concernientes a las cuestiones sociales y a la libertad de la Iglesia.
La Eucaristía, el Evangelio, el Papa, el nuevo siglo, los nuevos medios, la necesidad de un nuevo escuadrón de apóstoles se le clavaron de tal modo en la mente y en el corazón, que luego dominaron siempre sus pensamientos, oración, trabajo interior y aspiraciones. Se sintió obligado a servir a la Iglesia, a los hombres del nuevo siglo y a trabajar con otros en organización.

 

RESPONSORIO
Ef 3, 8-9.10

R. A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo * E iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.

V. Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios. * E iluminar.

 

HIMNO Te Deum

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti,
Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre, te venera
toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos y
todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra están llenos
de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la
condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir
como juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse:

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor y ensálzalo
eternamente.

Día tras día te bendecimos y alabamos
tu nombre para siempre, por
eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié, no me veré
defraudado para siempre.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que has suscitado en tu Iglesia al beato Santiago Alberione, presbítero, para que, con las diversas formas de comunicación, anunciara al mundo a tu Hijo, que es camino, verdad y vida; concédenos, te rogamos, que, siguiendo su ejemplo, contribuyamos asiduamente a la predicación del Evangelio a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

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