25 de enero
LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO
Fiesta*
En el boletín «San Paolo» del 21 de enero de 1937, recogiendo un artículo del «Osservatore Romano», el padre Alberione invitaba a celebrar el XIX centenario de la Conversión de san Pablo con estas motivaciones:
«Este centenario debe ser recordado de forma especial por la Sociedad de San Pablo y por las Hijas de San Pablo, para:
- dar gracias al Apóstol, nuestro padre, maestro, modelo y doctor; todo se lo debemos a él;
- conocer mejor al Apóstol en sus cartas, en su vida, en sus obras y en la liturgia;
- imitarlo en las virtudes, especialmente santificando todo lo que nos lleva a una definitiva conversión: examen de conciencia, sacramento de la reconciliación, lucha interior para vencer al hombre viejo y permitir que viva Jesucristo;
- rezarle para que se aleje definitivamente el pecado, todo pecado; para que todas las fuerzas y energías se orienten hacia el Señor con una entrega total, para que estas energías de la mente, la voluntad y el corazón se potencien, como en el caso de san Pablo, por la gracia extraordinaria que lo impulsaba a decir: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13)» (CISP 84).
El núcleo profundo del acontecimiento de Damasco en la vida de Pablo fue Cristo. La fascinación que Pablo sigue ejerciendo sobre cualquiera que se acerque a él tiene en sus raíces este excepcional enamoramiento: él se considera conquistado, seducido por Cristo, absorbido por él:
«He sido conquistado por Cristo» (Flp 3, 12). «Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir» (Flp 1, 21). «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).
Para Pablo, el acontecimiento de Damasco no es una simple conversión de orden moral: «San Pablo, en la hora de Damasco, había muerto a todo su pasado de culpa, de errores, de obstinación y fariseísmo, y a todo lo que lo encadenaba a la tierra: familia, tradiciones de su raza, porvenir terreno, proyectos de vida…».
Es, sobre todo, un cambio radical de rumbo: Cristo en el centro, todo de Cristo, todo por Cristo. «Abandonó toda pretensión, olvidó las exigencias… Llegó a ser indiferente a la alabanza y al reproche… Sin posesiones, sin apoyos humanos, sin vigor físico, sin nada propio que salvar, ni siquiera la vida, trabajará por todos siempre, hasta la muerte; a la que incluso desafía: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” (1Co 15, 55). También ella es una ganancia: “Vita mutatur, non tollitur” (La vida no termina, se transforma)» (S. Alberione, Pablo Apóstol, 39).
La conversión de Pablo entra como elemento cualificante en el carisma paulino, y, por tanto, en el espíritu paulino. En el famoso sueño o visión (AD 151-155), el Divino Maestro exhortaba al padre Alberione y a todos nosotros, sus hijos: «Poenitens cor tenete».
Que traducido literalmente se podría expresar así: «Mantened un corazón penitente»; «Vivid en continua conversión»; por lo que el vocablo conversión no indica sólo un compromiso moral (me esfuerzo por corregir los defectos y eliminar los pecados), sino el empeño en orientar con decisión nuestra vida hacia un punto focal, hacia un objetivo de referencia: Cristo Jesús.
Somos paulinos si, como Pablo, podemos afirmar que hemos sido conquistados, seducidos y absorbidos por Cristo; de modo que podamos decir: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).
* Esta fiesta no forma parte del Calendario propio. No obstante, se recogen aquí los textos del Misal y del Leccionario de la Iglesia universal por su fuerte reclamo carismático para la Familia Paulina. |