LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
De los escritos del beato Santiago Alberione, presbítero
(Le Feste di Maria, EP, pp. 52-57)
Amemos y veneremos la Maternidad divina
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen, desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
Éste es el paso de la misiva celestial. Que debe considerarse la más grande y solemne que se ha llevado a cabo en la tierra; porque quien envía es la Santísima Trinidad; el mensajero es un príncipe de la corte celestial, cuyo nombre significa «fortaleza de Dios»; la persona a la que se dirige el mensaje es la Virgen María; y el fin para el que Dios envía es el de la redención de toda la humanidad.
En el mismo momento en el que la Virgen dió su consentimiento a las palabras del ángel, el Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en sus purísimas entrañas; de esta forma dio comienzo la salvación del género humano. Éste es el objeto de la fiesta: un objeto que se puede considerar doble, porque se refiere a dos grandes misterios, que son la encarnación de la Palabra en el seno de María y la maternidad divina de la humildísima Virgen María.
«Yo te saludo, exclama san Gregorio Taumaturgo, templo del Dios vivo; porque tú darás a luz la suprema alegría del mundo: serás la gloria de las vírgenes y el júbilo de las madres.»
Estaba preparada y divinamente adornada la casa en la que había de habitar Aquél que no pueden contener ni el cielo ni la tierra. «María, comenta san Pedro Crisólogo, está llena de la gracia que dio gloria al Paraíso, Dios a la tierra, fe a los gentiles, muerte a los vicios, orden a la vida, regla a las costumbres.» Y san Agustín: «María es colmada de gracia, Eva es purificada de su culpa; la maldición de Eva se transformó en la bendición de María.» San Bernardo dice: «La maravillosa encarnación de la Palabra es un misterio que la Santísima Trinidad quiso realizar por sí misma en María: sola y con María sola. Sólo a la Santísima Virgen se le concedió comprender lo que había de experimentar.»
El día de la encarnación el cielo comenzó a mirar benignamente a la tierra, el hombre pudo levantar la cabeza y el demonio comenzó a temblar porque la presa estaba a punto de escapar de sus manos.
¿Qué conclusiones se pueden sacar de esta solemnidad?
1) La dignidad de la Virgen, por haber sido elegida para ser la madre del Hijo de Dios, tiene dimensiones infinitas; porque, como dice san Agustín, «ninguna criatura iguala a María.» En ella la Maternidad divina explica todas las gracias y todos los privilegios que se le concedieron, así como explica su soberanía en el cielo y en la tierra. «La excelencia infinita del fruto, dice san Alberto Magno, es el indicio de cierta excelencia infinita del árbol; y en este caso es el Hijo quien comunica, sin medida, esta excelencia a su Madre.»
2) Admiremos las extraordinarias virtudes de María; y alegrémonos con ella por el sublime honor que le ha concedido el Señor, venerémosla profundamente. Démosle gracias también por el gran contributo que ella aportó a la obra de la redención; y, al mismo tiempo, animémonos a la mayor confianza y devoción hacia ella.
3) El anuncio del ángel Gabriel a la Santísima Virgenes recordado por Dante como el mayor acontecimiento que decidió la salvación del género humano: «El ángel que vino a la tierra con el decreto de la paz llorada durante muchos años, que abrió el cielo de su larga privación.» El poeta, evocando el texto de san Lucas, alude precisamente al anuncio del nacimiento del Salvador, suspirado por tanto tiempo. Llama: «paz llorada» la que se realizó entre Dios y el hombre y que fue implorada con lágrimas. Esta paz abrió a los hombres el cielo que, por el pecado de Adán, había estado cerrado para ellos hasta la muerte de Jesucristo, antes de la cual «espíritus humanos no estaban salvados.» Es lo que dice santo Tomás: «Por el pecado se había cerrado al hombre la entrada al reino de los cielos… antes de la pasión de Jesucristo nadie podía entrar en el reino celestial.»
4) El «ángelus» recuerda el beneficio de la encarnación. El papa Urbano II, en el concilio que tuvo lugar en Clermont el año 1095, estableció que diariamente se tocaran las campanas por la mañana, al mediodía y por la tarde; y que se rezase cada vez la «salutación angélica». El propósito del pontífice era el de inducir a los fieles a alabar y dar gracias a Dios por el beneficio de la encarnación.
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