Apéndice p. 649

1.

Del sermón de san León Magno en el natalicio de san Pedro y san Pablo

(Il mistero del Natale, EP, 1983, pp. 171-177, passim)

Pedro y Pablo, mártires en Roma

Queridos hermanos, todo el mundo toma parte en la solemnidad; y la piedad que brota de la única fe exige que se celebre con común alegría todo lo que veneramos, realizado para la salvación de todos. Sin embargo, la festividad de hoy, además de esa veneración que merece en todo el mundo, debe celebrarse con exultación especial y propia en nuestra ciudad, para que en el día del martirio se dé la máxima alegría allí donde aconteció el glorioso tránsito de los apóstoles.

Oh Roma, estos son los que te han elevado a gloria tan sublime que te han hecho santa, pueblo elegido, ciudad sacerdotal y real, y, convertida en capital del mundo por la sagrada sede de san Pedro, ejerces una jurisdicción más amplia por la religión divina que por la dominación humana. En efecto, aunque adornada por muchas victorias hayas extendido tu dominio por tierra y mar, es menos lo que has sometido con los esfuerzos de la guerra que lo que has conquistado con la paz cristiana.

Así pues, santísimo apóstol Pedro, no temes venir a esta ciudad y, mientras Pablo apóstol, compañero de tu gloria, está todavía ocupado en la organización de las otras Iglesias, tú entras con mayor decisión que cuando caminabas sobre el agua. ¿No temes a Roma, dueña del mundo, tú que en la casa de Caifás tuviste miedo de la criada del sacerdote? ¿Acaso había menor poder en Claudio y crueldad en Nerón que en el juicio de Pilato y en la furia de los judíos? Pero la fuerza del amor vencía los motivos del temor: estabas convencido de que no debías temer lo que habías comenzado a amar. Ciertamente habías concebido ya este afecto de caridad intrépida cuando la profesión de tu amor al Señor se vio robustecida por el misterio de la triple interrogación. Y no se pidió a tu corazón nada más que distribuir el alimento, del cual tú mismo estabas muy enriquecido, a las ovejas de aquel a quien tú amas, necesitadas de pastos.

A esta ciudad acudió Pablo, tu bienaventurado socio en el apostolado, instrumento elegido y peculiar maestro de los gentiles; y se hizo compañero tuyo en aquel tiempo en el que ya toda inocencia, todo pudor y toda libertad padecía bajo el gobierno de Nerón. El furor de éste, inflamado por el exceso de todos los vicios, lo precipitó hasta tal abismo de locura que persiguió atrozmente y en primer lugar el nombre cristiano, casi como si a través de la matanza de los santos pudiera extinguirse la gracia de Dios. Pero para los santos constituía la máxima ganancia, ya que el desprecio de esta vida pasajera equivalía a la adquisición de la felicidad eterna.

De este auxilio, queridísimos, que se nos ha preparado divinamente, como ejemplo de paciencia y consolidación en la fe, debemos gozar todos con ocasión de la conmemoración de cada santo; pero con mayor exultación debemos gloriarnos con toda justicia por la dignidad de estos padres que la gracia de Dios ha elevado a tanta altura entre todos los miembros de la Iglesia, que en el cuerpo, cuya cabeza es Cristo, ellos constituyen casi como la luz de los ojos. Sobre sus méritos y virtudes, que superan toda capacidad oratoria, no debemos imaginar ninguna diversidad y ninguna distinción, ya que la elección los ha igualado, las fatigas los han hecho semejantes y la muerte los ha hecho iguales.

 

 

2.

Del discurso del papa Pablo sexto en el XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo

(22 de febrero de 1967)

Pedro y Pablo, primeras columnas de toda la Iglesia

 

Los santos apóstoles Pedro y Pablo son justamente considerados por los fieles como columnas primarias no sólo de esta santa sede romana, sino también de toda la Iglesia universal del Dios vivo…

Y como la primera comunidad cristiana de Roma exaltó conjuntamene el martirio de Pedro y Pablo, y seguidamente la Iglesia fijó la conmemoración del aniversario de ambos apóstoles en una única fiesta litúrgica (29 de junio), Nos hemos pensado unir también, en esta celebración centenaria, el glorioso martirio de los príncipes de los apóstoles.

Y que también estamos obligados a evocar el recuerdo de este aniversario lo dice la costumbre, ya universalmente conocida, de conmemorar hechos y personas, que dejaron una huella en el transcurso del tiempo, y que, considerados a distancia de los años transcurridos y supervivientes en la proximidad de las memorias, ofrecen a quienes piensan en ellos y casi los hace revivir, no lecciones vanas sobre el valor de las cosas humanas, tal vez más evidentes para los que vivieron posteriormente y que hoy lo descubren, que no para los contemporáneos, que entonces no siempre y no todo lo comprendieron. La educación moderna al «sentido de la historia» nos doblega fácilmente a este replanteamiento, mientras el culto de las sagradas tradiciones, elemento principal de la espiritualidad católica, estimula la memoria, enciende el espíritu, sugiere propósitos, por lo que la celebración de un aniversario se traduce en una gozosa y piadosa festividad.

Esta experiencia espiritual Nos parece que se debe realizar especialmente mediante la evocación de los dos sumos apóstoles Pedro y Pablo, que a la temporal mortalidad pagaron con el martirio por Cristo su humano tributo, y que de la inmortalidad de Cristo nos transmitieron a nosotros y hasta los últimos que vengan detrás como sacramento perenne la Iglesia, ganando para sí la herencia incorruptible, incontaminada e inalterable, reservada en el cielo…

Sabéis muy bien que el mismo Padre celestial reveló a Pedro quién era Jesús: El Cristo, el Hijo del Dios vivo, el maestro y el salvador de quien nos viene a nosotros la gracia y la verdad, la salvación, el corazón de nuestra fe; sabéis que en la fe de Pedro se funda todo el edificio de la santa Iglesia; sabéis que cuando muchos abandonaron a Jesús, después del discurso de Cafarnaún, fue Pedro quien, en nombre del colegio apostólico, proclamó la fe en Cristo Hijo de Dios.

Sabéis que Cristo mismo, con su oración personal, se hizo garante de la indefectibilidad de Pedro, y a él, a pesar de sus debilidades humanas, le encomendó la tarea de confirmar en ella a sus hermanos; y sabéis también que la Iglesia viviente tuvo comienzo, al venir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, con el testimonio de fe de Pedro.

¿Qué podríamos pedir a Pedro en nuestro favor, ofrecer a Pedro en su honor, sino la fe, de la que tiene origen nuestra salud espiritual, y nuestra promesa, por él reclamada, de ser «fuertes en la fe»?

Sabéis igualmente qué defensor de la fe fue san Pablo: a él le debe la Iglesia la doctrina fundamental de la fe como principio de nuestra justificación, es decir, de nuestra salvación y de nuestras relaciones sobrenaturales con Dios; a él la primera determinación teológica del misterio cristiano, a él el primer análisis del acto de fe, a él la afirmación de la relación entre la fe, única e inequívoca, y la consistencia de la Iglesia visible, comunitaria y jerárquica. ¿Cómo no invocar a nuestro perenne maestro de fe; cómo no pedirle la grande y esperada fortuna de la reintegración de todos los cristianos en una única fe, en una única esperanza, en una única caridad del único cuerpo místico de Cristo? ¿Y cómo no depositar en su tumba de «apóstol y mártir» nuestro compromiso de profesar con valentía apostólica, con anhelo misionero, la fe que él enseñó y transmitió a la Iglesia y al mundo con su palabra, con sus escritos, con su ejemplo y con su sangre?

 

3.

De las enseñanzas del beato Santiago Alberione, presbítero

(Fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 1955; Prediche alle Suore Pastorelle, I 20-25, passim)

Las condiciones necesarias para ser apóstoles

 

En este día, consagrado a la memoria de los santos apóstoles Pedro y Pablo, consideremos nuestro apostolado y las condiciones necesarias para ser verdaderos apóstoles en las obras parroquiales. Consideremos a los dos apóstoles Pedro y Pablo, los más grandes pastores de la Iglesia y modelos de todo pastor y de toda pastorcita, y saquemos después algunos propósitos. En el primer punto de la coronita se pide al buen Pastor, por intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo, la victoria sobre el defecto predominante y el amor y la correspondencia a la vocación como correspondieron los dos santos apóstoles. San Pedro tuvo su vocación: Desde ahora serás pescador de hombres, dijo Jesús a Pedro cambiándole de oficio.

También san Pablo tuvo su vocación: antes era perseguidor de la Iglesia, aunque de buena fe; pero, al llamarlo Jesús, inmediatamente pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y apenas conoce la verdad se manifiesta dispuesto a seguir a Jesús. Y Jesús le da inspiraciones interiores acerca de la vocación, pero luego quiere que todo sea comunicado y decidido por el ministro de Dios, y lo manda ir a Ananías, ya advertido en sueños.

Después de su conversión, Pablo se retiró durante tres o cuatro años al desierto de Arabia para prepararse al apostolado, y después fue a Tarso hasta que Pedro lo mandó llamar. En Antioquía se mantuvo retirado, sin atreverse a hablar y se dedicó a los trabajos más humildes hasta que el

Espíritu Santo lo llamó al apostolado que le correspondía. Entonces se hicieron en la Iglesia ayunos y oraciones; después Pablo, junto con Bernabé, fue ordenado sacerdote y después obispo, y comenzó a predicar la fe en el mundo siendo fidelísimo a su vocación. ¿Y Pedro? También él fue fidelísimo a su vocación, hasta el punto de dejarse apresar por su fe y más adelante murió en la cruz.

Pedro y Pablo sufrieron muchísimo por su fe y ambos derramaron su sangre por Jesús. San Pedro fue crucificado a los pies de la colina vaticana; san Pablo fue decapitado en la via Ostiense. En su honor fueron edificadas las dos grandes basílicas de san Pedro y de san Pablo extramuros. Estos dos santos son inseparables, son los dos mayores apóstoles, los pastores que amaron a los hombres hasta el heroísmo, ya que por ellos dieron la vida, derramaron su sangre. En este día gran agradecimiento a Jesús, que os ha dado esta vocación, y propósito de trabajar interiormente. Pongamos nuestros propósitos en manos de los santos apóstoles, para que nos den su espíritu pastoral.

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