Llama insaciable, viento del Espíritu,
pregonero de Dios,
viniste a nuestra patria, la extrema lejanía
que añoraba tu inmenso corazón,
entregando a las ansias de los nuestros
por bandera y antorcha el nuevo Amor.
Pablo, Apóstol del mundo,
que en los campos de España
sembraste profundo
como en tierra feraz,
¡sigue cortando con tu espada fúlgida
ramos de olivo para nuestra paz!
De Tarragona las doradas piedras
consagraste en altar,
y el gusto de los trigos con sol de Andalucía
sublimaste en sabores de otro Pan.
¡A tus recias pisadas florecían
la verdad, el valor, la caridad!
Aunque pasaron diecinueve siglos,
hace falta aún hoy
tu cálida presencia, ¡que silban todavía
las astutas serpientes del error,
sobre el ansia infinita de los pueblos
extraviados de espaldas a su Dios!