Camino de Damasco, Jesucristo,
el Señor en su Iglesia perseguido,
derribó tu caballo e hirió tu orgullo
con su grito de amor en luz vertido.
Escuchaste su voz, en el delirio
de la herida de Dios en tus entrañas,
y, perdido en la noche de tus ojos,
empezaste en la Luz nuevas hazañas.
Combatiste sin tregua el gran combate
de la fe y del amor, tu vida entera,
tu vivir fue el de Cristo para siempre,
tu morir el triunfo en la carrera.
Recibiste del Padre el premio eterno,
por tu amor tan fiel al Hijo amado
en unión del Espíritu infinito,
que de Saulo hizo Pablo, el gran heraldo. Amén.