Madre del Redentor, reina y maestra,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
Todo un Dios omnipotente
es un niño en tu regazo,
y el amor más infinito
busca un poco de tu amor.
Surco abierto son tus brazos
una tarde en el Calvario.
La semilla es Cristo muerto.
Tú nos das la salvación.
A tu lado como niños
nos sentimos cobijados,
como hijos de la Iglesia
que nació en Pentecostés.
Eres madre de los hombres,
de la Iglesia peregrina.
De tu mano caminamos
en el gozo y el dolor.