Reina de los Apóstoles,
madre de Dios:
forma tú nuestra mente y voluntad
y nuestro corazón.
Cuando se fue Jesús, tú te quedaste
al frente de la fe y de la oración,
alentando la unión de los discípulos
y esperando al Espíritu, que es vida y es amor.
Siempre estuviste, madre, con Cristo
y fuiste así quien más le conoció.
Eres hoy para todos la puerta abierta
que conduce hasta Cristo, camino y salvación.
Fuiste, María, el primer apóstol,
que al mundo le hizo entrega del Señor.
Le enseñaste a entregarse siempre a todos,
y de él aprendiste lo inmenso de su amor.
Sigues, oh madre, hoy viva en la Iglesia,
pendiente de quien va firme al timón,
esperando, puntual, con los que esperan
la llegada gozosa de Cristo redentor.