La Familia Paulina fue suscitada por san Pablo para continuar su obra; es san Pablo vivo, pero que hoy se compone de muchos miembros. No elegimos nosotros a san Pablo, sino que fue él quien nos eligió y nos llamó. Quiere que hagamos lo que él haría, si viviese hoy. ¿Qué haría hoy? Cumpliría los dos grandes mandamientos como los cumplió entonces: amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con toda la mente; y amar al prójimo sin escatimar nada, porque él vivió de Cristo. «Cristo vive en mí» (Pr SP, 291).
La admiración y devoción (del P. Alberione a san Pablo) brotaron especialmente del estudio y meditación de la Carta a los romanos. Desde entonces su personalidad y santidad, su corazón e intimidad con Jesús, su obra en dogmática y moral, la huella dejada en la organización de la Iglesia y su celo por todos los pueblos, fueron tema de meditación. Vio en Pablo verdaderamente al Apóstol; por consiguiente, todo apóstol y todo apostolado podían inspirarse en él.
A san Pablo está consagrada toda la Familia Paulina (AD, 64).
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