Te doy gracias, Jesús misericordioso,
por habernos dado por madre a María;
y te doy gracias a ti, María,
por haber dado a la humanidad
al Maestro divino, Jesucristo,
camino, verdad y vida;
y por habernos aceptado a todos como hijos
en el Calvario.
Tu misión está unida a la de Jesús,
que «ha venido a buscar y a salvar
lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
Por eso, yo, agobiado por mis pecados,
ofensas y negligencias, me refugio en ti,
madre, como esperanza suprema.
Vuelve a mí tus ojos misericordiosos;
tus cuidados más maternales
sean para este hijo enfermo.
Todo lo espero por tu intercesión:
perdón, conversión y santidad.
Forma entre tus hijos una nueva clase:
la de los más infelices,
en los que abundó el pecado
donde había abundado la gracia.
Será la clase que más te conmoverá.
Y recíbeme en ella.
Realiza el gran milagro
de transformar a un pecador en apóstol.
Será un motivo de gloria para tu Hijo Jesús
y para ti, madre suya y mía.
Todo lo espero de tu corazón, madre,
maestra y Reina de los apóstoles. Amén.