Jesús Maestro, tu vida me marca el camino;
tu palabra confirma y alumbra mis pasos;
tu gracia me sostiene
y me apoya en el camino hacia el cielo.
Tú eres el Maestro perfecto:
que das ejemplo, enseñas
y das fuerza al discípulo para que te siga.
«Tanto amó Dios al mundo
que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno
de los que creen en él,
sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
«Sabemos que has venido
de parte de Dios como Maestro» (Jn 3,2).
1. Maestro, tú tienes palabras de vida eterna.
Tú que iluminas a todos los hombres
y eres la verdad misma,
sustituye por ti mismo
mi mente y mis pensamientos.
Yo no quiero razonar
sino como tú enseñas,
ni juzgar más que con tu juicio,
ni pensar sino en ti, verdad suprema,
que el Padre me ha entregado:
vive en mi mente, Jesús verdad.
2. Tu vida es norma, camino,
certeza absoluta, verdadera, infalible.
Desde el pesebre, desde Nazaret
y desde el Calvario, no haces más que trazar
el camino del amor al Padre,
un camino de pureza infinita,
de amor a los hombres,
a la abnegación y a la entrega…
Haz que yo lo conozca, que constantemente
siga tus huellas de pobreza,
castidad y obediencia.
Cualquier otro camino es ancho…
no es tu camino.
Jesús, yo quiero ignorar y rechazar
todo camino que no sea el que tú me indicas.
Lo que tú quieres, eso quiero yo;
sustituye mi voluntad por la tuya.
3. Cambia mi corazón por el tuyo;
que mi amor a Dios, al prójimo y a mí mismo
sea sustituido por el tuyo.
Que mi vida humana, pecadora,
sea cambiada por tu vida divina,
purísima, sobrenatural.
«Yo soy la vida».
Y para que vivas tú en mi vida,
cuidaré con esmero la participación
en la celebración y adoración eucarísticas
y la devoción a tu cruz.
Y que esta vida se exprese en las obras
«para que la vida de Cristo
se manifieste en vosotros»,
como le sucedió a san Pablo:
«Es Cristo quien vive en mí».
Vive en mí, Jesús, vida eterna,
vida sustancial.