Jesús Maestro, te alabo y te doy gracias
por la institución del sacerdocio
y por mi vocación personal.
Los sacerdotes son tus enviados,
como tú eres el enviado del Padre.
A ellos les has confiado
los tesoros de tu doctrina, de tu ley,
de tu gracia,
y el cuidado de tu propio pueblo.
Jesús, sumo y eterno sacerdote,
sé para mí el camino, la verdad y la vida.
Que yo sea siempre
sal que purifica y preserva, luz del mundo,
ciudad situada sobre el monte.
Que todos amen al sacerdote,
lo escuchen y se dejen guiar
por la senda de la salvación.
Renuevo los compromisos
de mi ordenación sacerdotal
y te los ofrezco con humildad y confianza,
proponiendo ser siempre fiel a ti.
Deseo vivir con plenitud mi sacerdocio
y mi total consagración a ti
mediante los consejos evangélicos
de castidad, pobreza y obediencia.
Jesús Maestro,
que un día me encuentre en el cielo
con un numeroso grupo de salvados,
que sean mi gozo y mi premio.