QUINTA ESTACIÓN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu cruz has redimido al mundo.

Los judíos, con simulada compasión, «echaron mano de un cierto Simón de Cirene, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús» (Lc 23,26).

También yo debo cooperar
a la redención de los hombres,
completando en mi carne
los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.
Acéptame, Maestro bueno,
como humilde víctima.
Presérvanos del pecado,
líbranos de la condenación eterna
y cuéntanos entre tus elegidos.

Ten piedad de nosotros, Señor.
Ten piedad de nosotros.

Haz, santa Madre de Dios,
que las llagas del Señor
se impriman en mi corazón.

¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

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