Señor, creador y redentor mío,
en cumplimiento de tu voluntad
y con espíritu de adoración,
acepto de corazón la hora de mi muerte.
Quiero morir como hijo fiel de la Iglesia
y pasar a la eternidad
con las mejores disposiciones de fe,
esperanza y amor,
y arrepentido de mis pecados.
Espero renovar, al menos mentalmente,
las promesas bautismales
y la profesión de los votos.
Te ofrezco, Señor, todas las circunstancias,
aun las más dolorosas,
que acompañen mi última hora,
para reparar mis pecados
y ser más digno del cielo.
Invoco a los tres grandes modelos
de la buena muerte:
a Jesús crucificado, con quien deseo
pronunciar las palabras: «Padre,
a tus manos encomiendo mi espíritu»;
a la Virgen María, para que ruegue
«por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte»;
y a san José,
para que me alcance una vida santa,
garantía de una muerte como la suya.
Jesús agonizante, Madre dolorosa,
san José, os pido estas gracias:
Una vida santa,
en la guarda fiel de los mandamientos
y de todas las exigencias de mi vocación,
que me garantice una santa muerte,
puerta para la eternidad.
El don de recibir,
en caso de una grave enfermedad,
los sacramentos de la reconciliación,
la unción de los enfermos,
el viático y la indulgencia plenaria.
Fidelidad a mi vocación,
según los dones que he recibido,
para que mi vida
produzca los mayores frutos
para gloria de Dios
y mi salvación y felicidad eterna.
La oración diaria,
necesaria para la salvación;
y, en especial, la celebración frecuente
de los sacramentos de la reconciliación
y la eucaristía, siguiendo la liturgia.
Jesús Maestro, yo creo.
Jesús Maestro, yo espero.
Jesús Maestro, te amo.
Jesús Maestro, invoco tu misericordia.
Jesús, José y María,
os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María,
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María,
expire en paz con vosotros el alma mía.