El sacerdote acoge con bondad al penitente y le saluda con palabras de afecto. Luego, el penitente y, si lo juzga oportuno, también el sacerdote, hace la señal de la cruz, diciendo:
En el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo. Amén.
El sacerdote invita al penitente a poner su confianza en
Dios, con estas o parecidas palabras:
Dios, que ha iluminado nuestros corazones,
te conceda un verdadero conocimiento
de tus pecados y de su misericordia.
O bien:
El Señor Jesús, que no ha venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores,
te acoja con bondad. Confía en él.
El penitente responde:
R. Amén.
El sacerdote, si lo juzga oportuno, lee o recita de memoria algún texto de la sagrada Escritura, en el que se proclame la misericordia de Dios y la llamada del hombre a la conversión:
Pongamos los ojos en el Señor Jesús,
que fue entregado por nuestros pecados
y resucitado para nuestra justificación.
O bien, uno de los siguientes:
- Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne, y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis mandatos… Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios (Ez 36,26).
- Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed la Buena Noticia» (Mc 1,14-15).
- La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! (Rom 5,8-9).
- Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor (Ef 5,1-2).
Donde sea costumbre, el penitente recita una fórmula de confesión. Luego, confiesa sus pecados. El sacerdote exhorta al penitente a la contrición y este acepta la obra penitencial que le propone el sacerdote para atisfacción por sus pecados. Seguidamente manifiesta su arrepentimiento con estas o parecidas fórmulas:
p. 121- Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado (Salmo 50).
- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero (Jn 21,17).
- Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Ten compasión de este pecador (Lc 15,18; 18,13).
- Jesús, Hijo de Dios, apiádate de mí, que soy un pecador.
El sacerdote, extendiendo ambas manos o, al menos, la derecha sobre la cabeza del penitente, dice:
Dios, Padre misericordioso,
que reconcilió consigo al mundo
por la muerte y la resurrección de su Hijo,
y derramó el Espíritu Santo
para la remisión de los pecados,
te conceda, por el ministerio de la Iglesia,
el perdón y la paz.
Y yo te absuelvo de tus pecados
en el nombre del Padre
y del Hijo + y del Espíritu Santo. R. Amén.
Después, el sacerdote prosigue:
V. Dad gracias al Señor, porque es bueno.
R. Porque es eterna su misericordia.
El sacerdote despide al penitente:
El Señor ha perdonado tus pecados.
Vete en paz.
En lugar de la acción de gracias y la fórmula de despedida,
el sacerdote puede decir:
La pasión de nuestro Señor Jesucristo,
la intercesión de la bienaventurada
Virgen María y de todos los santos,
el bien que hagas y el mal que puedas sufrir,
te sirvan como remedio de tus pecados,
aumento de gracia y premio de vida eterna.
Vete en paz.
O bien:
El Señor, que te ha liberado del pecado,
te admita también en su reino.
A él, la gloria por los siglos. R. Amén.
O bien:
Vete en paz, y anuncia a los hombres
las maravillas de Dios, que te ha salvado.
Si le es posible, el reconciliado cumple enseguida la penitencia; luego, recuerda y fija bien en la mente los consejos recibidos y renueva los propósitos; por último, da gracias al Señor:
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