(Hermanas Apostolinas)
Padre nuestro, que estás en el cielo,
en comunión con toda la Iglesia,
te ofrezco a Jesús-eucaristía
y a mí misma, como humilde víctima:
Como adoración y acción de gracias,
porque en tu Hijo
eres el autor del sacerdocio,
de la vida religiosa y de toda vocación.
Como reparación a tu corazón de Padre
por los llamados
que han descuidado, obstaculizado
o abandonado su vocación.
Para compensar en Jesucristo
cuanto los llamados
han restado a tu gloria,
a sus hermanos los hombres y a sí mismos.
Para que todos comprendan
el anhelo de Jesucristo:
«La mies es abundante,
pero los trabajadores son pocos;
rogad, pues, al Señor de la mies
que mande trabajadores a su mies»
(Mt 9,37-38).
Para que se cree en todas partes
un clima familiar, religioso y social
que favorezca la respuesta de los llamados.
Para que padres, educadores y sacerdotes,
utilizando los medios
espirituales y materiales a su alcance,
orienten cada vez mejor a los llamados.
Para que en la orientación
y formación de los llamados sigamos a Jesús
Maestro, camino, verdad y vida.
Para que todos los llamados sean santos, luz
del mundo y sal de la tierra.
Para que se forme en todos
una profunda conciencia vocacional:
todos los católicos, con todos los medios,
por todas las vocaciones y apostolados.
Para que todas nosotras,
reconozcamos nuestra ignorancia y pobreza,
y la necesidad de acudir siempre,
con humildad, al sagrario
para pedir luz, misericordia y gracia.