Oficio de Lectura

HIMNO

I

No rechazaremos
la piedra angular.
Sobre el cimiento de tu cuerpo
levantaremos la ciudad.

Una ciudad para todos.
Un gran techo común.
Una mesa redonda como el mundo.
Un pan de multitud.
Un lenguaje de corazón abierto.
Una esperanza: «Ven, Señor Jesús.»

Suben las tribus del mundo,
suben a la ciudad.
Los que hablaban en lenguas diferentes
proclaman la unidad.
Nadie grita: «¿Quién eres?», o «¿De dónde?
Todos se llaman hijos de la paz.

 

II

¡Jerusalén, ciudad dichosa!
¡Jerusalén, visión de paz!
Sobre los cielos te levantas,
alta ciudad de piedras vivas,
y ángeles puros te coronan
como una joven desposada.

¡Jerusalén, ciudad dichosa!
Desciendes virgen de los cielos
y entras al tálamo de bodas
para ser cuerpo del Esposo;
tus azoteas y tus muros
son construcción de oro purísimo.

Relampaguea jubilosa
la pedrería de tus puertas;
abres tus ámbitos sagrados
y, por la palma de sus méritos,
penetra en ellos el que sufre
pasión por Cristo en este mundo.

¡Oh hermosas piedras bien labradas,
prueba tras prueba, golpe a golpe!
¡Cómo se ajustan en sus puestos
bajo la mano del artífice,
y permanecen duraderas
en los sagrados edificios!

Gloria y honor al Dios altísimo,
al Padre, al Hijo y al Paráclito.
Suyo el poder y la alabanza;
suyo el reinado por los siglos. Amén.

 

SALMODIA

Ant. 1. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas.

 

Cuando en el Invitatorio se ha dicho el salmo 23, aquí se dice el salmo 94p. 277.

 

SALMO 23   

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo (S. Ireneo)

 

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos

ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

 

Ant. 1. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas.

Ant. 2. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!  †

 

SALMO 83   

Añoranza del templo

Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Hb 13, 14)

 

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!

† Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación;

cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!

 

Ant. 2. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

 Ant. 3. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

 

 

SALMO 86 

Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos

La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

 

 Ant. 3. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

 

V.  Me postraré hacia tu santuario.

R.  Daré gracias a tu nombre, Señor.

 

 

PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pedro
2,1-17

 

Como piedras vivas, entráis en la construcción

 

Queridos hermanos: Despojaos de toda maldad, de toda doblez, fingimiento, envidia y de toda malicia. Como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos; ya que habéis saboreado lo bueno que es el Señor.

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.»

Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que deecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos.»

Queridos hermanos, como forasteros en país extraño, os recomiendo que os apertéis de los deseos carnales que os hacen la guerra. Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que él los visite.

Acatad toda institución humana por amor del Señor; lo mismo al emperador, como a soberano, que a los gobernadores, como delegados suyos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien. Porque así lo quiere Dios: que, haciendo el bien, le tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes; y esto como hombres libres; es decir, no usando la libertad como tapadera de la villanía, sino como siervos de Dios. Mostrad consideración a todo el mundo, amad a vuestros hermanos, temed a Dios, honrad al emperador.

 

RESPONSORIO
Cf. Ap 21, 19-21; Tb 13, 17

R.  Tus murallas serán adornadas con piedras preciosas, * Y tus torres serán construidas con perlas.

V.  Las puertas de Jerusalén serán renovadas con zafiro y esmeraldas, y todos tus muros con piedras preciosas. * Y tus torres.

 

SEGUNDA LECTURA

De las homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro de Josué

(Homilia 9, 1-2: SC 71, 244-246)

Somos edificados a manera de piedras vivas como casa y altar de Dios.

 

Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas, de acuerdo con lo que afirma la Escritura: Vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Cuando se trata de piedras materiales, sabemos que se tiene cuidado de colocar en los cimientos las piedras más sólidas y resistentes con el fin de que todo el peso del edificio pueda descansar con seguridad sobre ellas. Hay que entender que esto se aplica también a las piedras vivas, de las cuales algunas son como cimiento del edificio espiritual. ¿Cuáles son estas piedras que se colocan como cimiento? Los apóstoles y profetas. Así lo afirma Pablo cuando nos dice: Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular.

Para que te prepares con mayor interés, tú que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el apóstol Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¡Bienaventurados, pues, aquellos que construyen edificios espirituales sobre cimiento tan noble!

Pero en este edificio de la Iglesia conviene también que haya un altar. Ahora bien, yo creo que son capaces de llegar a serlo todos aquellos que, entre vosotros, piedras vivas, están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus intercesiones, y a inmolarle las víctimas de sus súplicas; ésos son, en efecto, aquellos con los que Jesús edifica su altar.

Considera, pues, qué alabanza se tributa a las piedras del altar. La Escritura afirma que se construyó, según está escrito en el libro de la ley de Moisés, un altar de piedras sin labrar, a las que no había tocado el hierro. ¿Cuáles, piensas tú, que son estas piedras sin labrar? Quizá estas piedras sin labrar y sin mancha sean los santos apóstoles, quienes, por su unanimidad y su concordia, formaron como un único altar. Pues se nos dice, en efecto, que todos ellos perseveraban unánimes en la oración, y que abriendo los labios decían: Señor, tú penetras el corazón de todos. Ellos, por tanto, que oraban concordes con una misma voz y un mismo espíritu, son dignos de formar un único altar sobre el que Jesús ofrezca su sacrificio al Padre.

Pero nosotros también, por nuestra parte, debemos esforzarnos por tener todos un mismo pensar y un mismo sentir, no obrando por envidia ni por ostentación, sino permaneciendo en el mismo espíritu y en los mismos sentimientos, con el fin de que también nosotros podamos llegar a ser piedras aptas para la construcción del altar.

 

 

RESPONSORIO 
Cf. Is 2, 2. 3; Sal 125, 6

R.  La casa del Señor está firme sobre la cima de los montes, y ha sido encumbrada sobre las montañas. * Hacia ella caminarán pueblos numerosos y dirán: «Gloria a ti, Señor.»

V.  Al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas. * Hacia ella.

 

O bien:

De los sermones de san Agustín, obispo

(Sermón 336, 1. 6: PL [edición 1861], 1471-1472. 1475)

Edificación y consagración de la casa de Dios en nosotros

El motivo que hoy nos congrega es la consagración de una casa de oración. Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros, que somos la casa de Dios, nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio o, mejor dicho, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo.

Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de las selvas las piedras y los troncos; y, cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, elineándose y nivelándose por las manos de los artífices y carpinteros.

Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad. Nadie entraría en esta casa si las piedras y los maderos no estuviesen unidos y compactos con un determinado orden, si no estuviesen bien trabados, y si la unión entre ellos no fuera tan íntima que en cierto modo puede decirse que se aman. Pues cuando ves en un edificio que las piedras y que los maderos están perfectamente unidos, entras sin miedo y no temes que se hunda.

Así, pues, porque nuestro Señor Jesucristo quería entrar en nosotros y habitar en nosotros, afirmaba, como si nos estuviera edificando: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. «Os doy —dice— un mandamiento. Antes erais hombres viejos, todavía no erais para mí una casa, yacíais en vuestra propia ruina. Para salir, pues, de la caducidad de vuestra propia ruina, amaos unos a otros.»

Considerad, pues, que esta casa, como fue profetizado y prometido, debe ser edificada por todo el mundo. Cuando se construía el templo después del exilio, como se afirma en un salmo, decían: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor, toda la tierra. Lo que allí decía: Un cántico nuevo, el Señor lo llama: Un mandamiento nuevo. Pues ¿qué novedad posee un cántico, si no es el amor nuevo? Cantar es propio de quien ama, y la voz del cantor amante es el fervor de un amor santo.

Así, pues, lo que vemos que se realiza aquí materialmente en las paredes, hagámoslo espiritualmente en nuestras almas. Lo que consideramos como una obra perfecta en las piedras y en los maderos, ayudados por la gracia de Dios, hagamos que sea perfecto también en nuestros cuerpos.

En primer lugar, demos gracias a Dios, nuestro Señor, de quien proviene todo buen don y toda dádiva perfecta. Llenos de gozo, alabemos su bondad, pues para construir esta casa de oración ha visitado las almas de sus fieles, ha despertado su afecto, les ha concedido su ayuda, ha inspirado a los reticentes para que quieran, ha ayudado sus buenos intentos para que obren, y de esta forma Dios, que activa en los suyos el querer y la actividad según su beneplácito, él mismo ha comenzado y ha llevado a perfección todas estas cosas.

 

RESPONSORIO
Sal 83, 2-3. 5

R.  ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! * Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor.

V.  Los que viven en tu casa te alabarán siempre. * Mi alma.

 

HIMNO Te Deum

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti,
Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre, te venera
toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos y
todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra están llenos
de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la
condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir
como juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse:

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor y ensálzalo
eternamente.

Día tras día te bendecimos y alabamos
tu nombre para siempre, por
eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié, no me veré
defraudado para siempre.

 

ORACIÓN

Señor, tú que nos haces revivir cada año el día de la consagración de esta iglesia dedicada a Jesucristo, Divino Maestro, escucha las plegarias de tu pueblo, y haz que en este lugar se te ofrezca siempre un servicio digno y así tus fieles obtengan los frutos de una plena redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.