Apéndice p. 688

DEDICACIÓN DEL SANTUARIO-BASÍLICA

DE LA REINA DE LOS APÓSTOLES EN ROMA

 

 

De una meditación del beato Santiago Alberione, presbítero

(Carissimi in san Paolo, pp. 1349-1350)

El Santuario, corazón de toda la Familia Paulina

María no es sólo la reina en cada casa, sino que es la maestra siempre presente, siempre solícita, siempre clementísima. Responde plenamente a esta idea lo que se ha publicado: «La devoción paulina a la Reina de los Apóstoles tiene un papel amplio e insustituible en la formación humana y apostólica de los miembros. El lugar que la forma de la piedad paulina atribuye a la Virgen santísima es amplio y evidente.»

Una de las primeras sorpresas para quienes entran en la congregación es tal vez la de tener que comenzar y concluir la jornada rezando cincuenta veces la invocación «Virgen María, Madre de Jesús, haznos santos», oración que se hace precisamente durante las extremas acciones del día: levantarse y acostarse para el descanso. La misma admiración producen seguramente las frecuentes y variadas invocaciones a María que todos hacen en voz alta durante las horas de «apostolado» en medio del ruido de las máquinas. Otra cosa realmente interesante, desde el punto de vista mariano, es ver moverse los grupos de jóvenes en filas silenciosas, de un lugar a otro, con el rosario en la mano y rezándolo incluso en esos mínimos espacios de tiempo. Son indicios de una piedad mariana profundamente deseada, y que empapa la jornada paulina, creando una atmósfera típica en la que la devoción a María se experimenta en medida excepcional.

La cosa tiene un profundo valor teológico y una notable eficacia pedagógica. Jesús Maestro nos ha sido dado por la Virgen María: Por eso sólo en una atmósfera abiertamente mariana se conseguirá ese íntimo contacto con el Maestro divino que es la finalidad fundamental de nuestra vida. Realmente eso se ha entendido cuando se inculcó sin descanso la devoción a la santísima Virgen. Y el pensamiento del Primer Maestro se ha expresado ahora de manera sensibilísima en el templo dedicado a la Reina de los Apóstoles en Roma, consagrado al concluir el año mariano.

Este santuario, dedicado a la Reina de los Apóstoles, se levanta en el centro de las casas paulinas y viene a ser el corazón de toda la institución. Las diversas familias que residen en Roma acuden a él a lo largo de todo el día e incluso durante la noche, a la maravillosa cripta, para el contacto con el Maestro viviente en el sagrario. Esta es la simpática realidad: las familias paulinas acuden a recibir a Jesús en el santuario, del seno de la virgen Madre.

Esa obra maestra arquitectónica que es el santuario de la Reina de los Apóstoles crea efectivamente un espléndido clima mariano. El Sagrario donde mora el Maestro se apoya en un altar del que parte una solemne celebración artística de la Virgen: por un lado está la comparsa de la Inmaculada en contraste con el pecado original; por el otro lado María emerge de la creación como primogénita de todas las criaturas, como obra maestra del creador, como flor del universo: una hermosa flor esculpida cerca de la Virgen subraya efectivamente esta idea. Y de la flor, el fruto: en el sagrario encontramos efectivamente el fruto del seno de la Virgen, Jesús, el formador de los hombres. Ahora bien, el cometido de la Virgen madre es el de hacer nacer y formar gradualmente a Jesús también en todos aquellos que deben llegar a ser conformes a la imagen de su Hijo.

María está ante nosotros como Madre y Maestra para darnos una prueba maravillosa de cómo llegar a ser verdaderos «discípulos» de Cristo, y para guiarnos en la construcción de la persona según la forma del Verbo. En efecto María es el modelo supremo de discipulado como afirma claramente san Agustín: «Para María fue más importante ser discípula de Cristo que ser su madre; fue más feliz por ser discípula que por ser madre. Por eso María era dichosa, porque antes de dar a luz, había llevado en su seno al Maestro.»

Es una idea que san Bernardo desarrollará ampliamente para ayudarnos a estudiar las admirables disposiciones de la «discípula» perfecta del Altísimo.

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