SANTA FAMIGLIA DI GESÙ,
MARIA E GIUSEPPE
De los escritos del beato Santiago Alberione, presbítero
(Le Feste di Maria, EP, pp. 27-32)
La Sagrada Familia, modelo de todas las familias
León XIII ha declarado: «¿Acaso no conviene celebrar el nacimiento real del Hijo del Padre supremo? ¿O tal vez la casa de David, y los gloriosos nombres de esta antigua estirpe? Para nosotros es más entrañable recordar la casita de Nazaret y la humilde vida que allí se lleva: es más entrañable celebrar la vida oculta de Jesús. Allí el divino niño aprendió el humilde oficio de José, y en la sombra creció y fue feliz siendo su compañero en los trabajos de artesano. Que el sudor, dice él, resbale por mis miembros antes que los bañe la sangre; que esta fatiga del trabajo sirva de expiación para el género humano. Cerca del divino niño está su tierna madre; cerca del esposo está la esposa devota, dichosa de poder aliviar con afectuoso cuidado las penas de los fatigados.» El Hijo de Dios quiso comenzar su obra restaurando la familia, base de la sociedad, y lo hizo antes que nada con el ejemplo. En la familia está el germen de la sociedad civil. Salvada la familia, está salvada la sociedad.
Podemos reconstruir, de alguna forma, el estilo de vida que caracterizaba el estilo de vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Era la vida de una pobre familia obrera que tanto amaba el trabajo; atenta, llena de amabilidad con todos; alejada del espíritu mundano; respirando el perfume de una intensa piedad. Lo único que diferenciaba aquella familia de las otras de semejante condición social, era: una singular distinción de trato en sus miembros, producto y reflejo de aquella abundancia de gracia de la que estaban penetradas aquellas tres santas personas. Allí reinaba una paz inalterable, que constituía el más bello adorno de aquel santo hogar doméstico. Allí una prontitud en socorrer con el consejo y con la obra a los indigentes. Allí reinaba una puntualidad ejemplar en el cumplimiento de todo lo que se refería al culto del Señor y la oración. Sin embargo, nadie puede penetrar en los profundos misterios que tenían lugar y en las aspiraciones que inundaban a los tres habitantes de aquellos pobres muros. José y María debían tener como oculto bajo su sombra, hasta la hora marcada por Dios, al Salvador del mundo. Mientras tanto realizaban su grande apostolado: preparaban a la víctima para el gran sacrificio; al Maestro único para la humanidad; al sacerdote según el rito de Melquisedec. María se ocupaba de los trabajos de la casa, propios de las mujeres de su condición. Trinidad terrena; que representaba la vida de la Santísima Trinidad del cielo.
María representaba de manera especial la pureza. Allí existía una conveniente intimidad entre personas tan sublimes; unidad de pensamiento, de deseo y de sentimiento. Allí se mandaba sin orgullo, se obedecía sin tristeza. Todo era digno, todo proporcionado a la misión de aquellas santas personas…
La Providencia estableció esto en su designio lleno de bondad, para que todos los cristianos, de cualquier condición o patria puedan fácilmente, fijándose atentamente en la Sagrada Familia, tener el ejemplo de todas las virtudes y una invitación a practicarlas.
Los padres de familia tienen seguramente en José un modelo admirable de vigilancia y solicitud paterna; las madres tienen en la Virgen Madre de Dios un insigne ejemplo de amor, de respeto modesto y de la sumisión de un alma de fe perfecta; los hijos tienen en Jesús, sometido a sus padres un ejemplo de obediencia que admirar, honrar e imitar.
Los que han nacido nobles, aprenderán de esta familia de sangre real, a conservar la moderación en la prosperidad y la dignidad en medio de las aflicciones; los ricos reconocerán en esta escuela cuánto menos deben estimarse las riquezas que las virtudes. A los obreros y a todos los que tanto sufren por las preocupaciones de mantener a una familia y de condición pobre, si se fijan en los santos miembros de esta sociedad doméstica, no les faltará ni motivo ni ocasión de alegrarse de la suerte que les ha tocado en vez de entristecerse por ello.
En efecto, las fatigas las tienen en común con la Sagrada Familia, como tienen en común con ella las
preocupaciones de la vida diaria: también José tuvo que proveer al sustento de los suyos ganándose el pan; más aún, las mismas manos divinas se dedicaron al trabajo de un oficio mecánico. No hay que admirarse pues, de que hombres muy sabios, poseedores de grandes riquezas, hayan querido renunciar a ello para elegir la pobreza y estar unidos con Jesús, María y José.
Las familias deben nacer de una unión santa, inteligente, establecida con fines cristianos. Los hijos deben considerarse como una bendición de Dios que envuelve a la familia; y han de educarse con sabiduría, con afecto, con vigilancia y con el ejemplo.
Han de soportarse recíprocamente los defectos y los pesos inherentes a la vida. Deben conservarse el decoro, el ahorro y la moderación. La vida ha de considerarse siempre como una preparación para la eternidad.
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